14 de diciembre

Antonio Valderrama
2 min readDec 14, 2020

Se ha muerto Gérard Houllier. Tendría cien años, por lo menos. Es uno de esos tipos que ya estaban ahí cuando Dios se inventó el mundo. Lo recuerdo con la cara de cualquiera de los paisanos que se congregan todavía desde las once de la mañana, todos los días, en las tascas de mi pueblo, a beber vino y a pudrirse en silencio. Además de ser uno de los nombres de mi fútbol, o sea, del fútbol del que alimentaba con fruición mi imaginación cuando era un niño, tengo una historia curiosa con Gérard Houllier. En realidad es una tontería: este hombre, que entrenó al Liverpool un millón de años, cuando el Liverpool era el paria de la Inglaterra del Manchester de Ferguson y del Arsenal de Wenger, permanece recostado y bostezando en una de las esquinas de mi memoria. Verán en cuál. El día en que el Liverpool de Gérard Houllier ganó la copa de la UEFA yo fui por última vez a los toros con mi abuelo paterno. Fue la corrida de rejones de la Feria de Jerez del año 2001, no se me olvida. Fuimos mi hermano, mi padre, mi abuelo y yo. Aparcamos junto a la plaza y le dimos veinte duros a un gitano canastero que nos juró que protegería el coche como si se tratara de la vida de su hijo primogénito: al volver, aún de día, yo descubrí incrédulo la existencia de la mentira en el mundo. Por esa época mi hermano, que era muy chico todavía, estaba fascinado por los caballos. Todo nuestro afán era ver “al tío de Cagancho”, es decir, a Pablo Hermoso de Mendoza, jinete de aquel bucéfalo extraordinario al que en mi mente coloreo siempre de azabache, con las crines recogidas en seda blanca, y que se movía ante el toro como los versos de un poema que conducen nuestra vista al golpe seco de la última sílaba. Ese día vimos a Cagancho y mi abuelo, camisa blanca de manga corta, pantalón de pinza gris, gorra cárdena, bendijo una nube que se había quedado a mirar sobre el tendido de sol con un “qué malaje tiene la nube esta, mira”. Al llegar a casa puse la tele y el Alavés le estaba remontando un 3–1 al Liverpool de Gérard Houllier, que acabó luego venciendo con gol de oro en la prórroga de una final que yo sentí como si la jugase el Madrid. Medio año después la cirrosis terminó con mi abuelo y qué iba a pensar yo que también en diciembre se fuera a morir, un día, Gérard Houllier.

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