5 de enero de 2021

Antonio Valderrama
2 min readJan 5, 2021

Siempre he preferido el 5 al 6 de enero. La víspera, que por naturaleza concentra toda la expectación, toda la ilusión que cabe dentro del pecho. El 6, los Reyes ya han sido. Fueron. El 5, están por venir. Vienen. Serán. La diferencia es tan notable que en ella palpita la vida. Hoy mientras apuraba el café, no sé por qué, me vino a la mente la imagen de mi abuelo. No soy capaz de recordar con precisión qué año o cuántos tenía yo, pero sí que fue la tarde-noche de un día 5 de enero. Yo estaba en casa de mi abuela, el lugar donde he pasado casi toda mi infancia, además de mi casa, salón de losas color café manchado y rombos verdes, y entonces entró mi abuelo que venía de la calle. No sé a dónde habrían ido mis padres, seguramente a ultimar alguna compra, los postreros regalos. Mi abuelo siempre venía de la calle, solo, le gustaba mucho caminar, como a mí. En aquella época la calle de noche en Navidad tenía el azul oscuro de la fotografía de To catch a thief de Hitchock en la escena aquella en la que Cary Grant y Grace Kelly se sirven una copa mientras los fuegos artificiales iluminan la bahía de Niza. Mi abuelo llevaba levantadas las solapas del tabardo y al verme se frotó las manos y dijo hace más frío que en la Noruega. Y sonrió. Y al echarme hoy el café, después de tantos años, pienso que esa región brumosa que es el país de la memoria es verdaderamente lo único que, en realidad, un hombre posee. Y es. Y que cuando se acaba, ya está muerto.

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