Diario de Madrid (1 de septiembre de 2021)

Antonio Valderrama
3 min readSep 1, 2021

Este mes me voy a Madrid, así que pienso reutilizar este espacio que quiso ser un diario pero que como siempre me pasa, ha acabado siendo una cosa intermedia entre la nada y el cero, como una libreta de notas sobre mi retorno a la ciudad.

Este mes me voy a Madrid y no tengo fecha de vuelta. También me llevo un cuaderno de verdad, de estos de Tiger que imitan las moleskine (me encanta Tiger, sé que no suena muy varonil, pero realmente me encanta, todo, la decoración, la música, las luces, cómo van vestidos los dependientes, la gente que suele deambular por esas tiendas, las infinitas baratijas que venden y que a menudo compro compulsivamente para luego arrumbarlas) y cuyo objeto no es otro que el de seguir un dietario sencillo que empecé en julio. Como no tengo demasiada fe en mi constancia (irregularidad, inconstancia e inanidad son mi tridente de íes) intentaré publicar aquí algunas impresiones rápidas, dejando para el papel la menudencia cotidiana, eso tan de Pla que consiste en levantar acta notarial de comidas y paisajes.

Pensaba hoy escuchando al papa en la COPE en todas aquellas personas que conozco y trato que están tocadas por el don de la fe. A mis 33 años creo que puedo decir por fin que anhelo ese don, que siempre lo he anhelado desde que tuve conciencia de que me faltaba. No obstante, me sigue resultando imposible desarrollarlo, por decirlo de alguna manera. Es como la telepatía: por más que me concentre mirando fijamente un objeto, no logro moverlo con el pensamiento. Me falta algo, un músculo en el corazón, capacidad de concentrarme, maldito sea si puedo adivinar qué cosa. Siento una gran frustración al escuchar no sólo al papa sino a todos esos amigos y conocidos creyentes cuando hablan de la oración como elemento capital de su religiosidad: yo puedo ponerme a rezar, pero como mucho siguiendo una fórmula acostumbrada y con la certeza de que no puedo llenarla con nada real que me salga de dentro. También me jode mi propia inclinación, por lo demás supongo muy común en todo el mundo, a rezar sólo cuando necesito la ayuda de lo incognoscible. Siento que estafo a Dios.

Como me voy a ir a Madrid en una semana, he llamado a esto Diario de Madrid, pero aún no me he ido. En realidad, estoy allí, mentalmente, desde hace mucho tiempo. Me voy a Madrid por amor, naturalmente, que es la única razón por la cual merecen ser hechas las cosas en esta vida. El amor sublima la vida, lo que no creo que quiera decir que el amor sea sólo la decuplicación de lo amable y cálido de la vida, sino de todo su jugo, de todo lo absoluto. Cada vez que mi ridículo ego de escritorcillo (todo el que escribe algo que se hace público, aunque sea en un blog de mierda, lo tiene) se siente zaherido por mi incapacidad para escribir sarcástico, cáustico, cínico, mordaz y grotesco, a lo Houellebecq, llego a la conclusión de que yo así no puedo, pues no sólo carezco del talento, sino también de la motivación, que casi siempre, estoy seguro, en esas plumas apocalípticas, es muy negativa. De lo cual, me alegro. Antes sí podía (intentarlo). Y en eso sí que siento, aunque sólo de refilón, la presencia de Dios.

--

--